viernes, 27 de enero de 2017

ENTIERROS EN LA IGLESIA DE NOHCACAB, HOY SANTA ELENA, YUCATÁN 


Les compartimos una descripción que realizó el norteamericano John Lloyd Stephens en el año de 1842 en Santa Elena, Yucatán:

“…Junto a la iglesia y pegado al convento había un gran osario con una hilera de calaveras al andén de los muros. Encima del pilar que servía de apoyo a la pared de la escalera había una oquedad llena de huesos, y la cruz estaba también coronada de calaveras… había una mezcla promiscua de huesos y calaveras, y a lo largo de las paredes, pendientes de ellas por mecates, metidos en cajones o cestos o amarrados en un trapo, con los nombres escritos encima, estaban los huesos y calaveras de diversas personas… Cerca de los altares se veía una caja con un guardapolvo de cristal, la cual contenía los huesos de una señora, mujer de un viejecito muy alegre a quien teníamos costumbre de ver todos los días. Estaban limpios y lustrosos cual si los hubiesen pulimentado, con la calavera y canillas al frente, los brazos y piernas colocados en el fondo y las costillas a los lados puestas en orden regular, una encima de la otra, como estaban cuando la difunta gozaba de vida. Al lado de la caja había una tabla negra con una inscripción poética compuesta por el marido que decía:

‘Detente, mortal
Mírate en éste espejo;
Y en su pálido reflejo
Mira el término final.
Este eclipsado cristal
Tuvo su esplendor y brillo,
Pero el golpe terrible
Del destino final
Descargó en Manuela Carrillo’


Tomando una calavera en la mano me dieron de lleno a la cara las siguientes palabras: ‘Soy Pedro Moreno: Un Avemaría y un padrenuestro por Dios, hermano’… Acostumbrados como estábamos, a mirar como sagrados los huesos de los difuntos, a contemplar con tristeza el más leve recuerdo que se presentase a la vista trayendo a la memoria a un finado amigo, nos chocó mucho una exhibición semejante. Pregunté al padrecito por qué no dejaban descansar en paz aquellas calaveras, y me contestó, y acaso es demasiado cierto, que muy pronto se olvidaban en la tumba; que cuando se tienen siempre a la vista, cada una con su nombre, recuerdan a los vivos la existencia pasada y estado muerto de sus dueños…”






Alfredo Mercado.

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