martes, 7 de marzo de 2017

EL PERFUME EN LAS CEIBAS
(Leyenda maya)


En cierta región de la península de Yucatán vivían dos mujeres cuya naturaleza y carácter eran totalmente opuestos. Xtabay, era realmente bella pero en el pueblo le llamaba Xkeban, que significa “prostituta”; una joven llena de pasión, seductora y que ofrecía su amor a cualquier viajero, sin importarle lo que opinaran de ella. Siempre se mostraba amable y alegre ante cualquier circunstancia.

Muy cerca de su hogar vivía otra joven llamada Utz-Colel, que quiere decir “buena y decente mujer”. La dama era virtuosa, recta y honesta. Todos en la región sabían que no era capaz de cometer ningún desliz o pecado ni con el pensamiento.


Las dos jóvenes eran muy parecidas en su belleza corporal; sin embargo, tenían un corazón muy distinto. Xkeban ayudaba a los enfermos y desamparados sin importarle tener que caminar grandes distancias para poder llegar hasta ellos. Continuamente se le veía despojarse de sus más valiosas y preciadas prendas para cubrir a los demás. Soportaba humildemente los insultos de la gente que no la conocía del todo y la tachaba de pervertida. En cambio, Utz-Colel era fría, decían que tenía el corazón tan duro que sentía repugnancia por el pobre. El color verdoso de su piel semejaba a una venenosa serpiente, y aunque siempre fue virtuosa no ocultaba su egoísmo.

Un día la gente del pueblo no vio salir de su casa a Xkeban y creyeron que andaba ofreciendo su cuerpo y sus pasiones indígenas por otros lugares. Transcurrieron algunos días sin que Xkeban apareciera. Hasta que cierta tarde, en la región del Mayab, la gente comenzó a percibir un fino y dulce aroma a flores; se trataba de un perfume tan delicado y exquisito que los pobladores siguieron su rastro, llevándolos hasta la casa de Xkeban, a la que encontraron muerta. Dentro del cuarto, el sopor y los vapores aromáticos que expelía su cuerpo frío eran de lo más extraordinario, pero fue más sorprendente encontrar a Xkeban acompañada de los animales de la región: venados y aves multicolores que velaban su cuerpo.

Cuando Utz-Colel llegó hasta la morada de la pobre difunta, gritó y maldijo:

--No creo que un cuerpo tan corrupto como el de Xkeban emane estos dulces perfumes—

Señaló que de ella sólo podía emanar podredumbre, y que ese  roma no era más que algo relacionado con los malos espíritus y que en aquella morada estaba presente el dios maligno.
Añadió:

--Si de esa mujer tan mala y perversa escapa ese perfume, cuando yo muera, el olor que despedirá mi cuerpo será mucho más aromático y agradable—

Solo un grupo de pobladores fue a enterrar a Xkeban, más por compasión que por otra cosa. Lo sorprendente es que al día siguiente la tumba estaba totalmente cubierta de flores aromáticas y hermosas; semejaba una cascada de olorosas florecillas hasta entonces desconocidas en el Mayab.
Y así se mantuvo por mucho tiempo perfumando la región.

Tiempo después, murió Utz-Colel; a su entierro acudió todo el pueblo, que siempre había reconocido todas sus virtudes y honestidad, admirando su pureza y virginidad. Muchos lloraron de verdadera pena. Recordaron lo que había dicho en vida acerca de que al morir su cuerpo exhalaría un perfume más exquisito que el de Xkeban, pero no fue así. Ante el asombro de los pobladores, el cuerpo de Utz-Colel comenzó a descomponerse de inmediato; el cadáver putrefacto despedía un olor tan nauseabundo que todos los pobladores se retiraron a sus casas con el hedor impregnado en la nariz.

Hoy en día, los ancianos de la región continúan relatando la historia en lengua maya. Argumentan que la flor nacida en la tumba de la joven y bella Xkeban, “la pecadora”, es la actual xtabentún, la flor más humilde y bella que se da en forma silvestre. Su jugo y aroma embriagan como lo hizo en vida el amor de Xkeban.

En cambio, lo que germinó sobre la tumba de Utz-Colel es el tzacam, un cactus plagado de espinas y de mal olor, intocable y nauseabundo como el carácter y la falsa virtud de “la mujer decente”.

Según la leyenda, Xtabay es la mujer hermosa, inmensamente bella que acompaña al viajero en los caminos del Mayab; al pie de la ceiba del bosque lo atrae con frases dulces de amor, lo seduce, lo embruja y, finalmente, los destruye. Los cuerpos de estos incautos viajeros enamorados aparecen al día siguiente con huellas de rasguños y el pecho abierto con uñas afiladas como garras.



Tomada del libro “Leyendas y mitos mayas”; Editores, Impresores Fernández, junio de 2005.

Alejandra Salazar

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